El cambio de milenio sorprendió a la Humanidad con la teoría del apocalipsis más definitiva y real de los últimos tiempos. Auspiciada por la agenda mediática y por numerosas instituciones, la idea de un error catastrófico de los sistemas informáticos a nivel global a causa de un fallo en los códigos se planteaba como una posibilidad más que plausible. Bajo el contexto de un mundo digital en ciernes y un desconocimiento popular generalizado, la fantasía tecnoterrorífica del fin del mundo ocasionado por las máquinas agitaba el inconsciente colectivo en la Nochevieja del cambio de milenio. Al final, el primero de enero del año 2000 resultó ser un día de año nuevo como otro cualquiera, sin nada más destacable que la recurrente resaca y la inevitable cuesta de enero de siempre.
“Los ordenadores superan las primeras horas del ‘00”, afirmaba un titular en la portada del New York Times de aquel primer día del año. “A pesar de algunos chisporroteos y problemas técnicos, los ordenadores del mundo parecen haber sobrevivido al cambio al año 2000 sin mayores problemas, y con la fe de la humanidad en la tecnología intacta, al menos por otro día”, continuaba el periodista Steve Lohr, quien firmaba el artículo. En España, en la portada de El País se leía: “La Nochevieja del milenio se vivió sin desastres informáticos. (…) La fiesta le ganó la partida al temido Efecto 2000, que pasó sin dejar constancia de ningún cataclismo informático en el mundo”. Así pues, no había ocurrido nada. Los ordenadores continuaban siendo buenos y el futuro podía seguir siendo como la fantasía tecnológica del videoclip de No Scrubs de TLC y todos vestidos de negro de la cabeza a los pies en un constante cosplay de la saga Matrix.
Pero ¿había sido realmente todo aquello nada más que una patraña? ¿Qué había de cierto en que la culpa de todo la habían tenido los primeros desarrolladores? ¿Desde cuándo se había detectado el problema? Y, lo más importante, ¿qué consecuencias tuvo la crisis del milenio parael imaginario pop? Veámoslo paso a paso.
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Qué fue el efecto 2000. (Una explicación para los no iniciados)
El Efecto 2000, la Crisis del Milenio, el Problema del Año 2000 o el Y2K –como se lo conoce popularmente en la lengua de Shakespeare– fue una crisis informática generada por un potencial error de programación relacionado con la forma en que los sistemas procesaban y almacenaban las fechas que se iniciaban a partir del año 2000.
La explicación más convencional sobre el tema se remonta a la época de los primeros desarrollos de la informática, a mediados del siglo pasado, cuando, con el fin de ahorrar espacio de memoria, los primeros programadores establecieron un sistema de almacenamiento de las fechas basado en dos dígitos – indicando únicamente los datos relativos a la década—en vez de en cuatro, dando pie de este modo a posibles errores de procesamiento de datos ligados a un cambio de siglo o de milenio. Esto quería decir que, al tener lugar el paso de una fecha hipotética tal como XX99 a la siguiente, XX00, los sistemas no iban a saber distinguir correctamente que el salto se hacía hacia el año 2000, en vez de a 1900. Nada más que un pequeño detalle, pero con consecuencias potencialmente desastrosas.
Las respuestas que se esperaban por parte de los programas en el momento del cambio de cifra variaban desde terribles escenarios de parón parcial o completo a causa del dato erróneo a otros menos catastrofistas que suponían el continuado funcionamiento de los mismos, pero con errores en cuanto a las fechas registradas, con los correspondientes equívocos y situaciones surrealistas que pudieran ocasionarse. Por ejemplo, un cliente de un videoclub en Nueva York fue sorprendido con una factura de 91.250 dólares por el alquiler de la película de John Travolta La hija del general por el tiempo de cien años, cifra que asumía el sistema como real por no haber sido adecuado a las consecuencias del Efecto 2000.
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Más allá de este tipo de anécdotas, existían serias preocupaciones con las consecuencias que este error podía tener a mayor escala. Para el año 1999, ya se había avanzado mucho en el proceso de digitalización en el que estamos inmersos actualmente y la amenaza de, por ejemplo, un desastre nuclear o un desajuste bancario a causa de este efecto eran cien por cien reales. Los estados, las corporaciones y hasta los pequeños negocios tomaron medidas auspiciados por las diversas campañas de concienciación que fueron implementadas junto al incesante foco de la prensa que, como suele ocurrir en estos casos, elevó la cuestión a la quintaesencia del colapso apocalíptico.
El coste global para paliar la crisis del milenio se estima en la astronómica cifra de 300 mil millones de dólares. En España la suma destinada a tal fin fue de casi 4.000 millones de euros. Llegado el momento, y salvo algunos incidentes sin importancia, el cambio de dígitos fue superado con éxito y, al igual que con la llegada del hombre a la luna, la crisis del Efecto 2000 pasó a ser considerada para muchos como una gran farsa operada por oscuros poderes fácticos, una trama además tan silenciosa que era como si no hubiera ocurrido. No la vimos y, por tanto, nunca sucedió. ¿O sí?
Cronología del apocalipsis digital
Aunque pueda parecer sorprendente, para rastrear el origen del Efecto 2000 tendríamos que retrotraernos a la década de los cincuenta, en el contexto de los primeros desarrollos computacionales. Quién iba a decir que un concepto tan futurista podía tener un pasado tan vintage… Pero así es.
Durante los años cincuenta, la industria de procesamiento de datos se basaba en el registro de los mismos mediante el uso de tarjetas perforadas. Dicho mecanismo había sido creado por el inventor estadounidense Herman Hollerith, fundador de la Tabulating Machine Company (TMC), que más tarde formaría parte de las empresas que originaron el grupo IBM. (Esto ya va sonando un poco más moderno…). Como cualquier soporte, las tarjetas perforadas tenían un límite de almacenamiento, y resultaba ya por aquel entonces práctica común prescindir de los dos primeros dígitos de la fecha a fin de ahorrar espacio.
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Con el paso del tiempo, y dada la limitada capacidad de los primeros equipos y el coste económico del espacio de almacenamiento, los primeros lenguajes de programación acabarían heredando esta práctica. Sucedió, por ejemplo, dentro del lenguaje COBOL, desarrollado en 1959 por una comisión compuesta por fabricantes, usuarios y el Departamento de Defensa de los Estados Unidos a fin de garantizar la compatibilidad entre los diversos equipos que iban saliendo por aquella época.
No es que los pioneros del desarrollo informático no hubieran sido capaces de caer en el problema, como frecuentemente se ha señalado con respecto a este tema, sino que, aparte de las restricciones a las que se enfrentaban, se confiaba en que la industria sin duda avanzaría a gran ritmo, a tenor del progreso que estaba experimentando durante aquellos años, por lo que la cuestión del cambio de ciclo en el registro de fechas no era simplemente un problema de aquel momento.
Sin embargo, en 1958 ya había quién sí que había encontrado este asunto como algo relevante. Bob Bemer, un informático de IBM, se topó con el error mientras trabajaba en un desarrollo de software aplicado a árboles genealógicos. Como resultado de este encuentro, dedicó gran parte de los sesenta y setenta a advertir de la problemática al gobierno de los Estados Unidos, a la Organización Internacional de Normalización y a la propia IBM con escasos resultados. Como señaló el periodista Robert Anson en un fantástico artículo para Vanity Fair en enero de 1999, de acuerdo a Harry White, especialista en programación y uno de los principales aliados de Bemer, hablando acerca del interés de las instituciones gubernamentales sobre el asunto: “No querían saber nada del tema. Estaban más ocupados en… Vietnam”.
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En todo caso, el asunto del error del año 2000 fue quedando en el olvido y apenas mencionado públicamente, con la excepción del libro Computers in crisis, escrito en 1984 por la pareja de programadores Jerome y Marylin Murray, quienes además de describir el problema, aportaban serias soluciones de cara frenar el efecto. Por otra parte, la primera constancia en Internet procede de un grupo de discusión de Usenet de 1985 en el que un usuario de nombre Spencer Bolles escribía: “Tengo un amigo que me planteó una cuestión interesante que inmediatamente intenté refutar. Él es programador y tiene la noción de que cuando lleguemos al año 2000 los ordenadores no aceptarán la nueva fecha. ¿Asumirán los ordenadores que es 1900 e incluso esto causará algún problema?”. Como curiosidad, al final del mensaje precisaba, por si había alguna duda: “Cuando digo “amigo” no me estoy refiriendo a mí mismo”. Eso que quede claro.
Por último, e igualmente reseñable en esta cronología: en 1995 un programador de nombre David Eddy inventaba el término Y2K –combinando en inglés «Y» por «Year» con el número 2 y la «K» de Kilo por 1000– al utilizarlo en un email en el que hablaba sobre el asunto. El fin de la década estaba ya cada vez más cerca y no es que se hubieran tomado por el momento serias acciones por atajar el problema. El resto es ya historia conocida.
Y el mundo se acaba con risas
Y la cultura de masas cogió el Y2K con entusiasmo. Y conspiracionistas, y preparacionistas, y líderes religiosos de toda calaña… El asunto del Efecto 2000, junto a la excitación del cambio de milenio, disparó la imaginación y el oportunismo de la masa, brindando al mundo un nada desdeñable patrimonio apocalíptico en cuya cumbre se encuentra sin duda el especial de Los Simpson de La Casa-Árbol del Terror X, en el que Homer olvida prevenir su ordenador de la central nuclear de cara al Efecto 2000, dando pie con esta negligencia a una crisis cibernética mundial en forma de rebelión de las máquinas que desemboca en un auténtico apocalipsis.
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Como es de esperar, no faltó tampoco lugar para la cultura del miedo. La revista TIME había allanado el terreno cuando en enero de ese año había puesto en portada el asunto bajo el “tranquilizador” titular: “¡¿El final del mundo?! ¡Locura del efecto 2000! ¡Apocalipsis inmediato! ¿Sucumbirán los ordenadores? ¿Lo hará la sociedad? Una guía para la locura del milenio”. Los preparacionistas nunca habían estado tan contentos de tener listos sus búnqueres…
Así pues, siguiendo esta ola del terror, se publicaron diversos libros sobre la crisis del milenio con nombres tan sugerentes como: La guía de supervivencia del Efecto 2000 y libro de cocina por Dorothy R. Bates, El Manual de Preparación Cristiano del Efecto 2000 por Dan Kihlstadius y Tammy Kihlstadius, La guía de supervivencia hippy del Efecto 2000 por Mike Oehler, Sobreviviendo al Efecto 2000 al modo amish por John M. Zielinski o Efecto 2000 para mujeres. Cómo proteger tu hogar y tu familia en la crisis venidera por Karen S. Anderson.
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Por supuesto, no faltaría ese mismo año la correspondiente película asustaviejas de cine de catástrofes con Y2K: The Movie, título de argumento más que previsible producido directamente para ser emitido por la NBC (que no recomiendo en absoluto ver). Y una curiosidad: un documental presentado nada menos que por el mismísimo Spock de Star Trek, con el actor Leonard Nimoy, explicando cómo sobrevivir al apocalipsis cibernético que se avecinaba. Bajo nombre Y2K. Guía de Supervivencia Familiar, este curioso producto se editó aquel año en VHS y también en forma de libro.
Hasta la música pop reflejaba la inquietud del Efecto 2000. Y pudimos ser partícipes de la inquietud del segundo clave del cambio de cifra cuando en el videoclip de Waiting for tonight de Jennifer Lopez, ambientado en la Nochevieja de 1999, se iban las luces por un instante, paraba la canción, se hacía el silencio y la cantante miraba con cierta angustia el cartel luminoso que segundo antes celebraba la cuenta atrás… para arrancar el tema de nuevo y acabar de fiesta entre fuegos artificiales. Más o menos como le vino a pasar a la mayor parte del planeta cuando llegó la hora clave. Sigan bailando. Aquí no ha pasado nada…
«Waiting for tonight» de Jennifer Lopez. Única banda sonora posible para esta entrada.
Una reflexión sobre el futuro y el presente
Me gustaría hacer una reflexión para terminar. Aunque sin duda el Efecto 2000 fue por méritos propios una de las crisis de procesamiento de datos en relación con las fechas más sonadas, existe en realidad una miríada de efectos similares por acontecer en los años próximos, dentro de los cuales destaca por su envergadura y cercanía el llamado Efecto 2038 que afectará a dispositivos que utilicen sistemas de 32 bits sin parchear. Y, al final de todo, el Efecto 10.000, cuando llegue el momento de añadir una cifra al registro de fecha.
Con toda probabilidad, para cuando se acerque esa fecha las cosas serán sin duda muy diferentes a como son ahora –a saber cuáles son los límites del desarrollo tecnológico y qué mundos de fantasía habitarán los humanos de ese tiempo…– , aunque puede que se estén más bien preguntando si tiene la Humanidad acaso posibilidad alguna de sobrevivir lo suficiente como para contemplar el amanecer de un nuevo día en el décimo milenio. Desde luego, los obstáculos que hemos de superar no son escasos, pero tenemos a nuestro favor los más de 10.000 años de existencia de nuestra civilización en el planeta.
Con esto en mente, existen instituciones que se están preocupando ya por solucionar un eventual problema que puede tener lugar dentro de unos ocho mil años. Tal es el caso de la Long Now Foundation, organización sin ánimo de lucro que busca dar solución a los problemas globales a largo plazo. Como curiosidad, uno de sus proyectos consiste en un reloj cuyo ciclo dura precisamente unos 10.000 años y que trata de fomentar una mayor conciencia del tiempo a escala planetaria. Al fin y al cabo, tiene sentido que la única forma de enfrentar este tipo de retos de gran envergadura pase obligatoriamente por la toma de conciencia de los tiempos que realmente son trascendentes para el planeta en que vivimos.
![Clock_of_the_Long_Now Prototipo del Reloj del Año 10.000 o del Long Now en el Museo de Ciencias de Londres | Wikimedia Commons. Por: Pkirlin en en.wikipedia [CC BY-SA 3.0]](https://fantasticomagazine.com/wp-content/uploads/elementor/thumbs/Clock_of_the_Long_Now-oj19rfcv65nkac4crpxzh1wpwwdf5jpr9ond12wkhg.jpg)
La crisis del Efecto 2000, por su parte, estuvo íntimamente ligadas al corto plazo. Como hemos podido ver, fue ignorada en repetidas ocasiones y solucionada únicamente en el tiempo de descuento, durante los últimos años de los noventa, a toda prisa porque no quedaba más remedio – probablemente el desorbitado coste de los arreglos fue debido a esto mismo–; pero aun así las exigencias del mercado y la competencia no favorecían un marco propicio hasta que la solución no fue adoptada al unísono por todos los actores que se veían afectados. Nadie quería gastar recursos hasta que el vecino no hiciera lo propio por aquello de quedar en desventaja.
Por desgracia, hoy tenemos otros problemas globales que sortear, mucho más modernos aunque quizás menos exuberantes. La crisis climática a la que nos enfrentamos en la actualidad no puede ser solventada a toda prisa en cuestión de tres años, como ocurrió en el cambio de siglo. El calentamiento global sucede a gran escala y la solución orbita sí o sí en el largo plazo. Es necesaria una acción colectiva y comprender que los costes derivados de actuar cuanto antes sean, probablemente, menores que los efectos económicos y humanos que están por venir de no hacer nada.
Puede que valga la pena, por una vez, no repetir la Historia y hacer el esfuerzo. Todo sea porque la Humanidad pueda seguir celebrando el Año Nuevo por otros diez mil años, bailando como Jennifer Lopez bajo una lluvia de fuegos artificiales.